sábado, 16 de noviembre de 2013

Autobiografías musicales ochenteras: Morrissey y Tracey Thorn


Probablemente no es sorpresa para nadie que soy una criatura de los años 80. Los ricos años de mi adolescencia me marcaron a fuego, y mientras que para mucha gente la “música de los ochenta” es un viaje de nostalgia, algo kitsch que se baila en las fiestas irónicamente o uno de los períodos más olvidables de la música popular, para mi es un constante objeto de admiración, descubrimiento y estudio. No hay día que no encuentre algo nuevo, descubra una conexión que se me había escapado, redescubra algo que tenía olvidado o revalorice algo que menospreciaba. 
Este interés por la década y su música se extiende también hacia otras áreas de la cultura pop del período, especialmente las revistas y el periodismo de la época. Mucho de ello lo pude experimentar de primera mano, mucho tengo la suerte de la biblioteca universal de la internet para actualizarme.
Con esto que con mis congéneres ahora estamos alrededor de los 40 y en el pico de nuestros poderes consumistas, todo el tiempo hay reediciones, programas de nostalgia, giras del recuerdo, álbumes tributo, y por supuesto, biografías y autobiografías por doquier sobre los protagonistas de la época. Me quería detener sobre dos de ellas: la de Morrissey y la de Tracey Thorn. Parece medio desubicado ponerlas a la misma altura, a pesar de que Tracey narra los puntos de entrecruzamiento entre ambos en cierto momento de los tempranos ochenta. Por lo demás, todo tendrían que ser diferencias, hacia afuera (el libro de Morrissey es, discutiblemente, el acontecimiento editorial del año en Inglaterra, el de Tracey una rareza independiente) y hacia adentro (adoro a Tracey desde que la escuché por primera vez hace más de 25 años y detesto a Moz desde el día que descolgué el poster que decoraba la pared de mi dormitorio hace el mismo cuarto de siglo cuando me dí cuenta que ser humano insoportable que era). Fui activamente a buscar el libro de Tracey, que entendía imperdible, y me compré el de Stephen Patrick para no quedarme afuera de la conversación del momento.
No va a ser sorpresa entonces que ninguno de los dos libros ha hecho nada para que cambie mis opiniones sobre ambos sujetos.
Piensen en el momento más autocomplaciente de la carrera de Morrissey, y háganlo prosa. Voilá! ahi tienen su autotitulado libro. Nadie puede decir que SPM escriba mal (tampoco Tracey, con su maestría en letras), pero hay constantemente un regodeo, un “miren cuanto mejor que ustedes soy”, el mismo que siempre caracterizó a sus letras que intentan pasarse de inteligentes. Y al igual que sus letras, hay un discurso constante de “pobrecito yo, el mundo ha sido tan malo conmigo” que podía resultar creíble cuando era un alfeñique principiante hace treinta años, pero no ahora cuando es una mega estrella internacional multimillonaria y adorada por millones de personas en todo el mundo. Y es una lástima, porque cuando Moz es bueno, es REALMENTE  bueno (como sus discos, bah...): leer sus recolecciones sobre Manchester de los 60 y 70, sobre la colorida historia de su familia, sobre sus cruces con las celebridades de Los Angeles en los 90 es un placer, siempre con el debido tono de outsider irónico. Pero cuando se pone en vícitima (del periodismo, el NME en particular, de los ex Smiths que le hicieron juicio, del juez que se puso del lado de ellos) es sencillamente insoportable. El libro, de autoindulgentes 600 páginas, gasta más de 100 en el citado juicio... solamente porque terminó con la emisión de un cheque de varias decenas de millones, que de ninguna manera lo dejaron en bancarrota. Aun cuando tenga que hablar bien de alguien, se las ingenia para dar cuenta de como lo traicionaron, a pesar de lo talentosos que eran: Johnny Marr es por supuesto el principal blanco (admitamos que nunca lo ataca como a otros personajes, alguna buena voluntad sigue teniendo), así como casi todos los colaboradores musicales que tuvo en años posteriores (y algunos celebritiy colleagues, como Bowie y Siouxsie a quien maltrata con especial saña).
Por supuesto, de lo que realmente queríamos leer, nos cuenta muy poco. Me resulta difícil de creer que en 50 años sólo haya tenido una relación de 3 que sea digna de contar, aunque es refrescante que sea muy claramente y sin aclaraciones con un hombre: ni la pavada del celibato, ni la innecesaria salida del closet a esta altura de los acontecimientos. Y de lo que no queríamos leer, no puede dejar de hablar: si, ya sabemos que sos vegetariano y que opinás sobre el maltrato animal, no tenés que volver a decirlo cada 30 páginas como un relojito. 
Tracey, por otro lado, también tiene un tono de “pobrecita yo”, pero con mucho más sentido del humor, con un tono de modestia que nunca resulta falsa, y genuina sorpresa a su éxito a lo largo de tres décadas, que muy francamente sabe que fue más suerte que otra cosa. Lo que diferencia a Tracey de Moz aparte de la modestia, es el sentido del humor auto menospreciante, la capacidad de asombro, la intención de contar una historia bien contada y no de hacer una catársis por escrito “porque ustedes la pidieron”.
Las diferencias claro, son de éxito (y momento de éxito: cuando Tracey se convirtió en la más inesperada superestrella a mediados de los 90, ya era una mujer de 35 y no un pendejo petulante de 20) y de apoyo: esta claro que detrás de todas las quejas el hecho de que Morrissey es un solitario, por elección o por haber alienado a todos los que lo rodeaban es ineludible, mientras que la historia de los 30 años de carrera de Tracey están   siempre atados a los de Ben Watt, su compañero musical y de vida desde que ambos tenían 19 años. Ben es el centro de gravedad de la vida de Tracey, algo que ella no pudo articular hasta que él estuvo al borde de la muerte (y narrado en su propio libro, compañero de este, Patient), y que derivó en esa “segunda” carrera de EBTG y Tracey que nos dio Missing y Protection, que a partir de la lectura de este libro, es imposible escuchar sin lagrimear un poco. 
Tracey hoy está semi retirada, criando a sus hijos, retomando el placer en las letras y sorprendiendo con lo bien escrito que está su libro de memorias. Moz sigue desesperado por el candelero, con pretensiones de suplemento literario pero tácticas de promoción de diario tabloide.
En algún lugar de Londres, Tracey se ríe tomando un rico trago en compañía de su marido, sus hijos y un montón de buenos recuerdos. En otro, Stephen está solo en una habitación a oscuras, tomando un té amargo y odiando al mundo.

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