lunes, 4 de febrero de 2013

Sin vergüenza: Escuche sin prejuicios, volumen XXVII



La verdadera prehistoria de este blog no fueron colaboraciones varias que hice en blogs de amigos, ni siquiera mi festejada participación en la ya mítica La Chancleta (no intenten con el link, este maravilloso producto noventero ya no existe, solo en el espíritu de su ideóloga Lady Ryk y el mío). No, el verdadero origen de mi versión opinionada por escrito fue una nota que escribí hace unos… 25 años, en mi tierna adolescencia, a mano alzada en papel cuadriculado de algún cuaderno de la facultad.
La nota se llamaba “Hasta la vista prejuicios” y fue leída por un selecto grupete de amigos, que me alegra decir, siguen siendo en alguna capacidad, parte de mi círculo amistoso.
Historia al margen, lo que me recordó esta nota fue su contenido, una especie de racconto personal de cómo había pasado de detestar ciertos tipos de música a hacerme fan de los mismos. Y pensé en esto porque aún hoy en día me encuentro con gente que tiene gustos “vergonzantes”, que disfruta de cierto tipo de música, películas, programas de TV a escondidas, porque “no queda bien” o “como voy a admitir que me gusta eso”. El tema es, el gusto, si bien se puede educar, tiene también algo similar a lo que nos pasa con la atracción sexual: tenemos poco control sobre lo que nos gusta o nos deja de gustar, siempre sobredeterminado por tantos factores separados que lo máximo que podemos hacer es controlar una de todas esas infinitas variables.
“Hasta la vista prejuicios” jugaba no con la referencia pop culture de Arnold, si no con la de Jody Watley y su clásico Looking for a new love. Hoy en día es fácil admirar esta pieza de pop funk que de hecho la puso a la Watley en el mapa, con sus reminiscencias Prince de pedigree auténtico, vía la producción de André Cymone. Pero en ese momento, en mi círculo, sencillamente, no. Todos anglófilos y para qué negarlo, bastante musicalmente racistas, no nos permitíamos nada de música negra contemporánea, en gran parte cansados de Michael Jackson y la gran “domingodinubileada” a la que habíamos sido sometidos. Así que Prince, no. Hasta teníamos el tupé de reírnos del falsete de Kiss, y manteníamos una informada ignorancia sobre las apropiaciones blancas que de este estilo se estaban haciendo (discos de Madonna y Duran Duran principalmente, en ambos casos con abundante producción de gente como Nile Rogers o Stephen Bray, de quienes como estaban detrás de la cámara, no prestábamos atención a sus orígenes).
Pero hubo algo en Looking for a new love, su int
érprete y su video que sacudió esta barrera,  y una vez que la barrera se cae... Si se disfrutaba de esa canción y el magnífico álbum que la contenía, seguir negando a Prince era solo necedad. Y que suerte, porque estaba justo al salir Sign o’ the times, y haberse perdido uno de los mejores 10 discos de los ochenta por esta boludez, realmente no calificaba.
Y más fuerte aún, admitir a Prince y Cymone significaba no poder negarse a Jam & Lewis, y con ellos llegaba Janet Jackson, cuyo peor pecado solo era la portación de apellido.
El cambio no fue de un día para el otro: podían gustarme ciertas cosas, pero no estaba listo para admitirlo públicamente (cualquier similitud con otros aspectos de mi persona, seguramente no son ninguna coincidencia). Al punto que en aquella era pre youtube, y más aún, pre MTV, cuando grabábamos los video clips de Música Total moviendo la antena para agarrar canal 2, tenía una cinta separada para los videos vergonzantes.
En algún momento, un ataque de madurez me hizo darme cuenta de esta salvaje pavada, y a partir de ahí pase a relajarme. Fue en esta época que salí de otro closet, el de los comics, en épocas cuando que a uno le gustaran las “historietas” era visto como un infantilismo impresentable (esa historia ya la conté en otro lugar).
Admitir gustos, también implicaba admitir disgustos, que también pueden condenar al ostracismo: admitir que a uno no le gusta el rock, o que Morrissey nos cae como el orto; y que con el tiempo, ayudado por la capacidad argumentativa que me es característica y el medir dos metros, pude salir a ponerle el pecho a todos estos gustos desviados.
Hoy en día no hay más que leer este blog para saber que soy capaz de defender las más impopulares opiniones (o para horror de mis lectores hipsters, las MAS populares opiniones, rompiendo algún tipo de tabú de coolness). Mucho de esto tiene que ver con la edad claro, con haber derribado más closets de los que una sola persona puede tener, y haber decidido ser militante de sus contenidos (los del closet, se entiende).
¡Entonces, liberémonos! ¿Esa canción de Sonia te hace mover la patita? Escuchala. ¿Te morís con las telenovelas venezolanas? Bueno, adelante. ¿las películas coreanas te aburren hasta las lágrimas? ¡No las veas! ¿te calienta ese sex symbol popular que tus amigos consideran “un grasa”? Bueno, ellos se lo pierden. Y el dia que tus compañeros de oficina insisten en quemarse el sueldo en sushi, comete una milanga grasosa de la fonda de la vuelta sin ninguna culpa.
Yo por mi lado, 25 años después sigo queriendo a la Watley como el día que la descubrí, y muchas cosas que en esa época consumía porque eran “lo que había que escuchar” (o ver, o disfrutar) han quedado en el lejano olvido.

A los fines de preservación histórica, me he tomado la libertad de postear, sin ninguna edición, al original que refiero más arriba, gracias a las maravillas de la tecnología, como si Blogger hubiese existido en los ochenta. Pueden leerlo aqui, sean buenos conmigo, era joven e inexperto.

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