Acabo de terminar en poco más de una sentada los 12 episodios que se emitieron hasta hoy de Girls, la tan comentada comedia de HBO que acaba de ganar algunos premios. Todavía no puedo decidir si me gusta o no (el hecho de que haya tomado el raro compromiso de bajar los episodios semanalmente, apunta ligeramente hacia el “si”), si sé que puedo estar bastante de acuerdo con algunas de las críticas que se le han hecho (muchas de ellas, lo admito sin problema, son generacionales: claramente estoy demasiado viejo como para empatizar con muchas de las problemáticas). De las críticas/comparaciones con las que se suele caer más en el lugar común, la más notoria que se me ocurrió fue el paralelismo con Sex and the City. La trama de las 4 solteras en New York, una de ellas escritora y el resto de los arquetipos se presta a eso, sin embargo, lo que más me resulta similar a S&TC es que al igual que Carrie Bradshaw, Hanna Horvath, la protagonista de la serie encarnada por la creadora/guionista/directora Lena Dunham, es uno de los personajes más antipáticos que se haya visto en la pantalla. Egocéntrica hasta el punto del autismo, pésima amiga, mala compañera, con una ética dudosa, bastante reacia al trabajo, mentirosa sin culpa, auto engañada con respecto a su talento… y sigue la lista.
Claro que Hanna no es solo la heredera de Carrie, sino de una larga lista de personajes desagradables y misantrópicos que pueblan la pantalla de las series norteamericanas en los últimos 10 años. La lista es eterna, de hecho, la cadena Showtime, hasta la aparición de Homeland, se dedicaba solamente a los personajes fallidos: Dexter Morgan, Nancy Botwin, Jackie Peyton, Hank Moody. Se puede discutir que Dexter, independientemente de ser el protagonista de la serie, también es el villano o al menos antihéroe, algo que también se puede argumentar de Tony Soprano y Walter White, y justamente por las temáticas de estos programas (asesinos seriales, la mafia, la fabricación y tráfico de drogas), estamos más dispuestos a perdonarles algunas cosas. Es más, aunque el psicópata en nosotros esté siempre deseando que salgan bien parados, tampoco nos sorprende o nos cae del todo mal que tengan que pagar algunos platos rotos de vez en cuando.
Pero en la estructura de comedia, hay un límite hasta donde podemos actuar como son nuestras personalidades en twitter, sarcásticas y sin corazón, especialmente cuando no hay contrapeso. La herencia de Seinfeld es pesada en este caso, pero es como si la fórmula se llevara cada vez más hasta el extremo. Curve your enthusiasm comparte el ADN de Seinfeld, por supuesto, pero es otro ejemplo: llega un punto donde ver al George Constanza de la tercera edad que es Larry David pasa de ser “incómodo pero gracioso” a “insoportable”. Y el “realismo exagerado” no es excusa: el ejemplo más claro es Louie, que logra equilibrar ese elemento de odio a la humanidad y egocentrismos que todos tenemos con otras características igualmente fallidas y humanas, pero no que se archiven en la carpeta de “desagradables”.
¿Es necesario empatizar con los personajes de las ficciones que consumimos? No completamente, pero no es lo mismo sostener una película de dos horas o un libro (Madame Bovary, por ejemplo, flor de conchuda, ¿no?) que una serie que se espera dure años al aire. Claro que a todos nos gusta pasar por sarcásticos, porque lleva adherida una pátina “cool” (nuevamente, los remito a las monstruosidades que descubre twitter), pero realmente estar en este modo todo el tiempo nos acerca a lo patológico (les dejo a su criterio qué clasificación del DSM, pero hay mucha que yo creo que bordea la depresión mas que la inmensamente más glamorosa y mercantil psicopatía). Y tampoco se tome esto como un pedido a que regresen las series de Michael Landon, donde todos son más buenos que Lassie con Rivotril, pero cuando todo se torna una caricatura tan burda, cansa. (Hablando de caricaturas, la animación es otra muestra de las tendencias de “todo mal”, especialmente South Park y los productos de Seth Mcfarlane. Los clásicos Simpsons no es casual que duren 25 años al aire, porque por cada Homero, Bart o Krusty hay una Marge, Lisa o Flanders. Groening y equipo siempre supieron que el equilibrio era la clave).
Retomando Girls, Hanna es así, pero todo el resto del elenco no se queda atrás: Marnie, que alterna entre la “goody two shoes” y la anti-Hanna (que de ninguna manera es algo bueno): Jessa, que es como Hanna/Lena ve a gente que finalmente es igual que ella, creyéndose “superada”; todos los eventuales novios, exces o roces; los mismísimos padres de Hanna… y esto nos deja nada más que a la criminalmente poco usada Shoshanna, que cumple la función de representar como el “hipster sarcástico” ve a cualquiera medianamente neurótico con buenas intenciones: un pelotudo. La segunda temporada recién empieza, es el momento en el que Dunham tiene que decidir si su serie crece hacia algo mas, como lo hizo Nurse Jackie, o se transforma en otra Weeds o Californication, que todos podemos acordar duraron o siguen durando unas cinco temporadas más de lo necesario. Estaremos viendo y analizando.
martes, 29 de enero de 2013
viernes, 11 de enero de 2013
Cenizas de Marte: Una apreciacion de Life on Mars y Ashes to Ashes
El último
par de años se ha puesto muy de moda
seguir series inglesas. Esto es
producto de varios factores, tales como el acceso online a contenidos que antes
no se podían alcanzar, el crossover internacional del clásico inglés Dr Who, las innovaciones de la serie Sherlock y el éxito inesperado en todo
el mundo de Downton Abbey.
La calidad
de las series inglesas, de la BBC pero también de otras cadenas, es indudable
desde hace mucho tiempo, ayudadas además por ciertas
libertades que se toman con su estructura y que generalmente no se
extienden demasiado (el ya mencionado fenómeno Dr Who debe su longevidad a que justamente cada temporada o grupo
de temporadas, lo que los ingleses llaman series, tiene radicales cambios creativos). Así que en
buena hora este descubrimiento/redescubrimiento, aunque lamentablemente, salvo excepciones, como el mencionado universo Who,
no se extiende a buscar otras joyas recientes de la TV británica.
En
particular quería detenerme sobre dos a las que suelo referir y que siempre
prometo reseñar más en profundidad y nunca lo hago: Life on Mars y Ashes to Ashes.
Las referencias a las canciones de David Bowie no son casuales.
Life on Mars empezó en el 2006 y partía de una premisa de
high concept: el detective de policía SamTyler, víctima de un espantoso
accidente, se despierta en 1973, con sus recuerdos intactos. Siguen
complicaciones. Lo que en papel es una idea que a lo sumo daría para una película
de dudosa calidad, en realidad no era más que una excusa para ir mucho más allá
de la premisa de “fuera de lugar” (que está presente en todo momento, no crean
que es ignorada, y la visión 2006 de Sam sobre Inglaterra 1973 no tiene
desperdicio), presentando a un rico elenco que se transforman en los compañeros
de Sam como policía en 1973 (probablemente lo que más requiere la suspensión del
descreimiento aparte del 2006/1973 es que Sam pueda tan convenientemente insertarse
en la nueva realidad) y el recorrido emocional de Sam desde “necesito irme de aquí”
hasta “tal vez aquí no sea tan malo” y el final propiamente dicho del recorrido
(mas sobre esto un poquito más adelante). Este grupo de policías de Manchester están
liderados por el carismático y bestial Gene Hunt, un exponente de todo lo
peorcito que tenía la policía local en esos años; sus segundos, el violento y misógino
Ray y el poco brillante Chris; y la dulce Annie, una de las precursoras del
departamento “femenino” de la policía.
Mezclando
en iguales partes el elemento ciencia ficción (con la angustia de Sam de
saberse fuera de lugar), policial ‘de procedimientos’ y acida observación social
de época, la serie se completa con una selección musical de la época exquisita,
que da perfectamente la ambientación de tiempo y lugar, empezando por la canción
de David Bowie que le da nombre (Sam venia escuchándola en su coche al momento
del accidente). A esto se suman detalles tales como la violencia hooligan en el
futbol de la época, la corrupción policial, la decadencia industrial y general
de Inglaterra en los 70, los crecientes conflictos raciales (la novia de Sam en
el 2006 es de origen Indio, así que la visión multicultural a una realidad
pre-multiculturalidad es muy rica) y la paradoja de Sam, que tenía unos pocos
años en el 73, lo que lo hace creer que tiene que resolver un asunto pendiente
de su niñez y que para eso fue transportado a esa era.
Mars duró dos temporadas, la primera más basada en
el “que hago acá?” de Sam, la segunda inicialmente más policial… hasta llegar
al final. No voy a tirar un innecesario spoiler, suficiente con saber que la
serie tiene uno de los finales más FINALES y perfectos de cualquier serie,
coherente con el argumento, con los personajes, con todo. Y nuevamente, el
perfecto uso de la canción que le dio el nombre.
Con lo que
no contaban los creadores de la serie era con la popularidad que iba a tener, y
en particular el personaje de Gene Hunt. Ante el desafío de continuar sin
arruinar lo que había venido antes, lograron una interesante solución de
compromiso: retomar a los personajes “73” en otro momento. Y para hacerlo, una
historia en la que a otra persona la sucede algo similar a Sam, siendo
transportada hacia atrás en el tiempo, pero en este caso, a 1981. La
transportada es la psicóloga policial Alex Drake, que además, como para
profundizar la confusión, había conocido a Sam en el 2006. El nombre de la
serie: Ashes to Ashes. David otra
vez.
Astutamente,
no intentaron duplicar exactamente a Mars,
y las similitudes se terminan en el viaje en el tiempo y las presencias de
Gene, Chris y Ray, a quienes se les agrega un nuevo personaje, la agente
Shazzer, que da cuenta de la evolución del rol de la mujer del 73 al 81 (aunque
no suficiente evolución para los ojos 2006 de Alex). Pero el tono general de la
serie es más liviano, especialmente a medida que avanzan los episodios, tirando
por momentos a la comedia, y poniendo énfasis en la tensión sexual entre Alex y
Gene (que el aterrizaje de Alex en 1981 sea vestida de prostituta no ayuda). El
cambio de tono se debe a varios motivos: por un lado, Gene es ahora más protagónico; Keeley Hawes, que interpreta a Alex, no tiene nada del peso que John Simms (Sam)
le ponía al personaje; y los ochenta, en virtud de ser los ochenta, y en los
albores del thatcherismo, se prestan más para la chacota.
Si preguntan quienes protagonizan Ashes to Ashes,
hay que decir que son justamente los ochenta. La estética y la música de la época
son tan características, y para los que la apreciamos especialmente, cada
secuencia es una sorpresa que despierta una sonrisa. Un poster de Adam Ant,
unas hombreras y una permanente, una visita al Blitz con Boy George atendiendo
el guardarropas, una referencia a Kim Wilde en la Smash Hits, un temprano hit
de Wham!…
Otro cambio de la serie fue hacer que cada
temporada transcurra en años consecutivos, con los cambios de estilo, música y políticos
asociados (de mas esta decir que 1982 es de especial interés para los que
estamos de este lado del mundo…), y también con arcos temáticos diferentes: la
primer temporada es sobre el drama personal de Alex, su incorrecta relación con
su madre en el pasado/presente y algo horrible que le pasó asociado a la canción que le
da el nombre a la serie. La segunda temporada es más sobre la dinámica Gene/Alex
y el trasfondo de la guerra. Y la tercer temporada…
Bueno, la tercer temporada tiene por concepto
de alguna manera cerrar (y tal vez volver a abrir) a ambas series, dando una explicación,
discutible, sobre qué pasó y donde están Sam y Alex, y de paso dando un “origen
secreto” de Gene y el resto de los personajes.
Este no es el final de Life on Mars en cuanto a su peso, pero no por eso menos
interesante, y por lo menos sirve para iniciar la conversación.
Son dos series, pero se pueden ver por
separado, verlas ambas le agrega un plus especial. Mezclan géneros y registros. Requieren paciencia
y atención. Pero son súper recomendables.
Nota: Life
on Mars fue pobremente re hecha en los Estados Unidos, a pesar de ciertos
aciertos de casting (Jason O’Mara, Harvey Keitel, Michael Imperioli) y con el
mismo nombre, por lo que no se confundan. Hay también una remake española, La Chica del Ayer , y una rusa, The Dark Side of the Moon, de las que no
puedo dar cuenta por no haberlas visto.
viernes, 4 de enero de 2013
Varios extraños amantes: sobre la autobiografía de Diane Keaton
La
autobiografía como género suele dejar bastante que desear. Salvo contadas
excepciones (por ejemplo, las autobiografías de escritores de cualquier rubro),
suelen ser proyectos de autopromoción de celebridades o políticos, con un
“ghost writer” haciéndose cargo del trabajo real de escritura. Se los vende
generalmente con un golpe bajo marketinero que será revelado durante la
lectura, entre los que se cuentan desórdenes alimentarios (un plus para la
platea femenina), abuso infantil (claramente se ha leído muy poco sobre
fantasías infantiles en el gran país del norte. No digo que no haya abuso, pero
o esta gente miente o está malinterpretando alguna idea), hijos secretos,
romances prohibidos, etc.
También, en
los últimos años, en Estados Unidos, se puso de moda el “celebrity book”, que
no necesariamente es una biografía, sino que puede ser una serie de
observaciones o anécdotas (muchos comediantes han ido por esta ruta,
recientemente Ellen DeGeneres, que ya tiene escritos varios, o el muy
recomendable Bossypants de Tina Fey),
consejos sobre algún rubro en particular (sub grupo mencionable, el libro de
cocina de las celebrities), o consejos “de vida” en general, que rozan con lo
peor de la autoayuda (Teri Hatcher es una de las principales ofensoras en este
rubro).
En un caso
o en otro, a menos que se tenga alguna simpatía en particular por la persona en
cuestión o se trate de un “descubrimiento”, suele ser mejor evitarlos.
Dicho esto,
hace cosa de un año salió a la venta Then
Again, mezcla de autobiografía y celebrity book de Diane Keaton, que más
allá de ser un personaje que me cae más o menos bien, prometía como condimento
adicional al rubro “revelaciones”, documentar con algunas cartas y fotos de su
archivo personal, que incluye una muy publica y comentada relación con Woody
Allen, un personaje que me intriga aún más que ella.
El libro,
interesante como es, probablemente no es lo que esperaba: la parte “proyecto
personal” de Keaton es una memoria de su madre, fallecida recientemente, y que
era una compulsiva diarista por lo que estaba muy bien documentada. Sin lugar a
dudas la vida de su madre es interesantísima para Diane, no tanto para el
lector casual, que preferiría que la autora se detuviera más en sus aventuras
en la New York de los setenta o el trasfondo de la filmación de la trilogía del
Padrino (ambas cosas están cubiertas, pero nos dejan con ganas de un poco más).
Eso sí,
cuando el libro cubre los tópicos más caros a alguien interesado en el cine y
la pop culture, ahí es donde se pone interesante. A nadie sorprende saber que Annie Hall era una apenas disimulada
historia sobre Diane misma, pero no se tiene idea de hasta qué punto hasta el
momento de ver como la familia Hall de la película es idéntica a la verdadera
familia Hall (dato de color: el apellido de Diane es en realidad Hall, Keaton
es el apellido de soltera de su madre), Keaton sigue sin saber porque Coppola
la eligio para hacer de Kay Corleone, y es brutalmente sincera sobre qué pasos
de su carrera funcionaron (no es casual que aparte de los 70, las únicas
películas sobre las que se detiene son Baby
Boom, First Wives Club y Something’s Gotta Give, sus éxitos
reales) y cuales no (su output como directora es apenas mencionado, aunque me
hizo sonreír que se nombren con todas las letras los videos que dirigió para
Belinda Carlisle a fines de los ochenta).
Obviamente,
lo que todos queríamos leer eran los sórdidos detalles sobre Woody, Warren, Al
y a ver si había algún otro. Bueno, resulta entretenido, aunque no como uno
esperaría: Diane claramente adoró a Woody y lo sigue queriendo muchísimo, así
como toda su familia (hay una cándida foto de ambos tomada por la madre de
Diane que no tiene desperdicio), y lo sabe instrumental para su carrera (“le
debo todo a las palabras de Woody”). Menciona al pasar que reemplazó a Mia en Manhattan Muder Mistery, y del mismo
modo que comenta que Woody no habla de su vida cuando filma, se abstiene de
entrar en ese debate. Cartas personales que intercambiaron y diversas
declaraciones de ambos a través de los años no hacen más que comprobar este
afecto que comparten.
Con Warren,
es más complicado: enamorada desde que lo vio por primera vez en la pantalla en
Splendor in the grass, cuando la
empezó a cortejar fue como el sueño del pibe (de la piba…), y claramente
siempre sintió que Warren era “demasiado” para ella, aunque le agradece la
gente que le presentó, como le dio ánimo para dedicarse a proyectos personales
y básicamente, mal no la pasaron… hasta que filmaron Reds, donde la puntillosa dirección del Señor Beatty terminó por
volverla loca y ese fue el fin de la relación.
La
revelación más interesante del libro, sin embargo, es la del apasionamiento que
tuvo (y sigue teniendo, por lo que se lee) con Al Pacino, que empezó en los
tempranos 70 cuando ella aún estaba con Woody y no se concretó hasta finales de
los 80, terminando definitivamente después de muchas idas y venidas en la
filmación de Godfather III.
Y hay una
perlita final sobre la filmación de Something’s
Gotta Give, que Keaton dice es su película favorita por los buenos momentos
que le significó, donde se puede leer entre líneas que aun viejo y hecho
pedazos, Jack Nicholson sigue siendo un Don Juan hecho y derecho. Y que además,
hábil negociador, siempre se queda con un porcentaje de las ganancias brutas de
las películas, y sin ella saberlo, le regaló unos puntitos de su parte, lo que
redundó en un sorpresivo cheque “con muchos ceros” como regalo de despedida.
Classy, Jack, very classy.
El tono
general es de candidez y cierta inseguridad (de nuevo, pensar Annie Hall), incluyendo varios
arrepentimientos, tal como no haber “sentado cabeza” en una relación; falta total de arrepentimientos,
especialmente en su decisión de adoptar pasados los 50 años; y por qué no, algún rencor (en un “donde están ahora” al
final del libro, los nombres de Annette Benning, la real señora Beatty y el
hijo que Pacino tuvo con Beverly D’angelo dejan caer una cierta cuota de ácido). Ah, y para no fallar a la regla, en los 70
Diane tuvo un problema de bulimia… por lo menos no la abusaron.
El libro es
recomendable solo de ser muy fans de Keaton o alguno de los otros involucrados
o del cine de los setenta, y estando listos para saltear algunas de las partes más
pesadas.
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