jueves, 29 de diciembre de 2011

¿2011? no... Todos los tiempos: lo mejor en cine.




Con estas cosas de las listas de fin de año, un lector amigo me propuso que mencionara que me gustó en términos de cine. Y lo cierto es que por una mezcla de motivos, principalmente falta de tiempo, no vi suficiente cine como para hacer una lista de nada. Pero no sólo es la falta de tiempo, también es cierto que poco y nada de lo que se estreno durante el año me impulsó a ir al cine, mucho menos a considerarlo “lo mejor”.
Asumamos que estas no son buenas épocas para el cine. Hollywood corre desesperado tras una mítica audiencia de varones de menos de 25 años que ya no existe, el “cine de calidad” que gana premios es simplemente un ejercicio de relaciones públicas de Harvey Weinstein, y lo que nos llega del resto del mundo es con cuentagotas, y mas allá de lo que cierta crítica diga, no siempre bueno o disfrutable.
Entonces, ¿que nos queda? Bueno, nos queda la historia completa del cine, que hoy más que nunca está a nuestro alcance. El sueño de la filmoteca universal está en la punta de nuestros dedos, al tiempo que las nuevas tecnologías hacen que podamos disfrutar con la mejor e imagen y el mejor sonido lo que antes veíamos en copias destruidas en cines de cuarta o en VHS que reproducían algo de efecto impresionista en nuestras pantallas ochenteras/noventeras.
Entonces, quieren ver cine, búsquense un clásico. Y por “clásico” no hablo nada más que de aquellas de hace 50 años (que no las descarto, claro), si no que hay pelis de hace 20, 25 años que algunos pudimos ver en su estreno, pero no por eso debemos considerarlas menos clásicas. Categoricémoslas como “nuevos clásicos”.

Lo que la censura se llevó
Aquellos que intentaron disfrutar de algunas de las mejores películas de los 70 y principios de los 80 se vieron obligados a verlas en las versiones que nos permitieron oportunamente ver los censores de turno. Aun algunas de las copias en video de la primera ola del VHS seguían estando incompletas. Dense el gusto, vuelvan a ver Regreso sin gloria (Coming Home), El francotirador (The deer hunter) o hasta Fama (Fame) y dense cuenta de todo lo que se habían perdido. Lo mismo para los que acostumbran ver pelis por cable: en general muchas han sido modificadas de su formato original, volando algunos minutos, cambiando diálogos a cosas ATP, cubriendo alguna tetita. Intenten verlas nuevamente y sorpréndase.

Meryl: impecable desde hace 35 años.
Vieron El diablo viste a la moda (The devil wears Prada). O se impresionaron con la hermana Aloysius en La Duda (Doubt). Esta señora que está en todas partes, está en todas partes desde los 70. Háganse un maratón Meryl. Kramer vs Kramer, La decisión de Sophie (Sophie’s choice), África mia (Out of Africa). Si les gustan un poco más livianas, Recuerdos de Hollywood (Postacards from the edge) , Visa al paraíso  (Defending your life) o hasta La Diabla (She Devil, ésta, a su propio riesgo).

Pero a mí me gustan las de género!
Ok, si son de los que tienen un ataque de pánico cada vez que George Lucas pasa por el archivo, ¿por qué no miran Alien? La original, delicadamente restaurada, justo a tiempo ahora que se viene Prometheus. No que Aliens no sea recomendable también, pero está más vista (aunque un HD de Aliens… nada despreciable). Y si no vieron 2001, Odisea del espacio, es el momento de ponerse al día.

Medianoche en Woody
Fueron a ver Medianoche en Paris (Midnight in Paris) y te encantó. Pero tienen la idea de que las otras películas de Woody son “difíciles”. ¿Probaron con Dos extraños amantes (Annie Hall)? ¿Hanna y sus hermanas (Hanna and her sisters)? ¿Alice?. Métanse en IMDB y busquen la filmografía de Woody. Todo lo que hizo entre  1977 y 1994  HAY que verlo (y son como 20 pelis…).

Aaron Sorkin no inventó nada
Películas bien escritas, con diálogos brillantes, situaciones creíbles, personajes tridimensionales… hubo siempre. No les tengan tanto miedo/respeto a los clásicos en blanco y negro u otros estilos menos naturales de actuación. Juéguense con La Malvada (All about eve) o El ocaso de una estrella (Sunset Boulevard). Y vean Network y dense cuenta que lo que nos horroriza en la televisión 2011 alguien ya lo había adelantado como posible en 1976.

En todos los idiomas
En los sesenta y los setenta, en Argentina se estrenó de todo, de todos los países. Una generación entera quedo marcada por el cine de Bergman o el de Fellini. Y después esas pelis desaparecieron. Búsquenlas por ahí, están todas. Descubran por que dejaron la huella que dejaron. Y hagan felices a sus padres o abuelos, que seguro que se acuerdan de haber visto Amarcord o El huevo de la serpiente y no volvieron a tener oportunidad de verlas en 40 años o más.

Y claro, los clásicos en serio.
Esta año salió una copia restaurada hasta el último detalle de El Ciudadano (Citizen Kane), universalmente considerada una de las mejores películas de todos los tiempos. Que seguro no vieron, o vieron mal. Descubran el por qué de lo aclamada que es. Miles de personas re descubrieron El padrino (The godfather) en la copia restaurada que se estreno este año… pero ¿vieron El padrino II? Hay quienes consideran que es hasta mejor que la primera. Para mi ambas son imperdibles.

Pueden estar comprando discos originales, bajando piratas a lo loco, o simplemente buscando que ver en el cable. Háganse una lista, o usen una de las listas que hizo algún otro, y pónganse a disfrutar. Sigan a un actor, a un director, a un género.  Nadie nos obliga a ser rehenes de Jennifer Anniston o Adam Sandler. No podemos decir que “no hay nada para ver” cuando tenemos toda la historia a nuestro alcance.





martes, 27 de diciembre de 2011

Comentario Absolutely Fabulous 6x01 - Identity


“There’s a new disease called the Kardashians, darlin’”

Imagínense a los personajes de su serie favorita, 20 años después. Ross y Rachel cuarentones, con Ben en sus veintes y Emma en la secundaria. Don Draper en 1983. George Constanza... transformado en Larry David en Curb your enthusiasm (ahí en realidad no hace falta imaginarse nada...).
Gracias a el irregular ritmo de la mayoría de las series inglesas, y a la insistencia del viejo público, más el nuevo público que las fue descubriendo a través de los años, Eddy, Patsy, Saffron y el resto de las chicas (señoras...) de Absolutely Fabulous están de vuelta.
El riesgo, fundado en algunos de los pobres “regresos” en el 2003 y y 2004, era que la serie no se sostuviera en su nube de irrealidad y excesos.
La buena noticia es que pasaron veinte años, y nadie creció ni un minuto. Si de edad claro (la alta definición no es una buena amiga de Jane Horrocks, reviviendo a Bubble, aunque June Whitfield como Mother parece haberse conservado mejor que todas sus compañeras), pero digamos que nadie maduró en ningún sentido imaginable. 
Puede que Eddy ahora tenga un iPhone y un iPad, las Kardashians se apoderaron de los medios y un personaje clave pasó algún tiempo en prisión, pero siguen siendo las de siempre, salvo que por haber filmado nada más que algo así como 40 episodios en 20 años, todavía resultan personajes frescos. 
Jennifer Saunders, creadora, guionista y productora de la serie, presenta uno de los guiones más ajustados en años, manteniendo las relaciones (y creando algunas nuevas: el momento de “respeto” de Patsy y Saffron es uno de los puntos altos de esta atiborrada media hora), y al mismo tiempo reflejando todo lo que cambió: nuevas celebridades de reality show, la moda siempre cíclica, y una nueva pareja real británica (la escena de Horrocks representando todos los detalles de la boda real para un personaje que se la perdió es hilarante). Nunca hay que olvidarse que el secreto de Ab Fab sigue siendo la incorrección, por eso es que ninguno de los intentos de replicar la fórmula en Estados Unidos han funcionado: la serie se sostiene en protagonistas capaces de decir, tomar y fumar cualquier cosa con total abandono (y endeudarse por hacerlo), sin preocuparse por si el personaje es querible o no.
Como siempre, ayuda saber que está pasando en Inglaterra en estos días para entender algunos de los chistes y referencias (o hace un par de años: el montaje obligatorio de shopping está acompañado por un hit de La Roux que atrasa dos o tres temporadas), y las perlas para los seguidores de la serie de siempre son muchas, así como de los seguidores de las series en general (amantes de las series, disfruten del crossover no oficial con la versión danesa de The Killing).
Este es el primero de dos especiales: uno de navidad y otro de año nuevo. Afortunadamente lo único navideño fue la fecha de emisión, y aquí estaremos la semana que viene repasando el segundo. 

lunes, 26 de diciembre de 2011

2011: el año que aprendí a decir “no”.


Las series en general, son tramposas: nos enganchan con sus argumentos y sus “cliffhangers”, nos encariñan con sus personajes, y nos hipnotizan con su regularidad y previsibilidad. Empiezan cada Septiembre si son anuales, muchas de las de cable alrededor de Julio. Si son de las grandes cadenas, sabemos que para Noviembre, Febrero y Mayo son los “sweeps” donde se fijan los precios para los anunciantes, así que es cuando “pasan las cosas importantes” y aparecen los invitados especiales. En las series más cortas, el episodio 6 seguramente nos trae una vuelta de tuerca.
Y así, cuando menos lo esperamos, somos adictos. No podemos dejarla. Vemos, razonamos, que aquella serie con la que nos encariñamos hace un par de temporadas pegó un bajón serio de calidad, y sin embargo, seguimos viéndola. Piezas clave de los elencos se van, y seguimos viendo.  Al final de una temporada 7, pensamos “este concepto no da para más”, y seguimos viendo.
Bueno, el 2011 fue el año donde yo, por lo menos, aprendí a decir NO. Y créanme, es adictivo, tan adictivo como las series mismas. De un día para otro dejamos una serie, y eso hace que nos replanteemos otra, y así sucesivamente, hasta que de repente tenemos tiempo para ver películas o leer libros.

El proceso en realidad empezó con la transición de la temporada 2010-2011 (como les decía, el reflejo condicionado de empezar el año televisivo en Septiembre). Hace seis años que seguía religiosamente Desperate Housewives. Y por lo menos tres  que me venían quejando de lo insoportable que era. Bueno, en algún momento pasada la primer tanda de sweeps, me encontré frente a la tele pensando “que hago mirando esto”, así fue como la deje. Fue raro. De repente, un hueco.  Como buen adicto,  siguiendo la prensa y lo que se comentaba sobre la serie. Un recap por aquí o por allí, como para no caer en la abstinencia. La gente con la que uno la comentaba habitualmente me empezó a preguntar si estaba bien. Y estaba bien. Mejor que nunca por haber cortado un mal habito. Ni siquiera el anuncio de que la siguiente temporada seria la final de la serie me hizo volver.

Claro, una vez que se empieza… no se para. Siguió House. Soy de los pocos que recibieron el romance House-Cuddy como algo que podía revitalizar el programa. Error. Mientras la temporada avanzaba, era como ver un accidente de tren: no podía despegar los ojos, pero con conciencia plena del horror en frente mío. Parecía que las ratas estaban abandonando el barco además: Thirteen reemplazada por Masters (¿Masters? ¿Quién necesitaba a Masters?). House cada vez más errático. Y en el tramo final, empieza la pavada. Para cuando House se casó con la inmigrante, el destino ya estaba sellado. Ya no estaba ahí para el infame episodio de la “auto operación”. Para cuando PSYCHOHOUSE estrellaba autos contra casas, afortunadamente ya estaba en la vereda de enfrente.
Otras fueron cayendo por el camino: ¿Weeds en Nueva York? Eutanasia. ¿Tara? Me adelanté a la decisión de Showtime de cancelarla. Me sentía fuerte, sano. Para el comienzo de esta temporada, creo que solo me quedaba una duda: Glee.

Ryan Murphy es consistente por una sola cosa: ser inconsistente. Y por tirar toda la carne al asador de entrada, y después no saber qué hacer. La temporada 2 fue dolorosa, pero algo de la militancia GLTB me hacia continuar. La temporada 3 empezó con algunos intentos de arreglo argumental, pero con otros problemas. Hasta me tomé el trabajo de escribir algo al respecto aquí en el blog. Pero no hay cantidad industrial de canciones de Adele que me hicieran cambiar de curso: claramente no soy la audiencia del programa, y como quien se saca una curita, la arranque de un tirón. Y ahora estoy más tranquilo.
Sé que no es para todos, pero se los recomiendo. Ahorren ancho de banda. Ahorren tiempo. ¿No saben cómo hacer para agregar Homeland a su Schedule de series? Bueno, tal vez es hora de dejar Grey’s Anatomy. ¿Todos les hablan de lo graciosa que es Parks and Recreation? Bueno, si dejan de ver al zombie de Two and a half men, ahí tienen la media hora que les faltaba. Resolución para el 2012: digamos que NO.  

viernes, 23 de diciembre de 2011

Comentario: Homeland - Temporada 1

Este comentario tiene por objetivo acercarlos a la serie Homeland, por lo que contiene los spoilers mínimos como para que entiendan de que se trata, pero nada que no se revele en cualquier reseña o viendo el episodio piloto. Lean sin miedo. 


Yo no se ustedes, pero tengo una gran curiosidad por la televisión israelí. No porque haya visto ninguno de sus programas, pero si nos vamos a guiar por las adaptaciones norteamericanas de los mismos, algo entre manos se traen.
Si alguna vez vieron In Treatment, algo ya saben de las innovaciones tanto formales como argumentales que trae, así como un tratamiento de los personajes al que no estamos acostumbrados. Algo de mirar demasiado de cerca hasta que se ven todas las imperfecciones.
¿Y a qué viene esto? Bueno, Homeland, la serie de la cadena Showtime universalmente alabada y considerada el mejor estreno del año en la TV de EE.UU es una adaptación de una serie israelí, igual que In Treatment.
Claro, las similitudes casi diría que se acaban ahí. Homeland es una de espías. De espías siglo XXI claro, de los después del 9/11/2001.
Hay mucho de lo que desconfiar en Homeland, desde el tratamiento que Hollywood en general le da a los temas de la guerra en Medio Oriente, a los productores ejecutivos de la serie, con pedigree de 24, cuya característica principal claramente no fue la sutileza. Y sin embargo, y salvo por algunos muy leves traspiés, la clave de los 12 tensos episodios de la serie es nunca caer en la expectativa del público. Es más, hasta me animaría  a decir que en alguna mesa de guionistas la idea siempre fue manipular en la dirección opuesta de la expectativa del público. 
El argumento parte de un personaje y una situación: Carrie Mathison es una agente de la CIA que se mandó una metida de pata en Baghdad y varias en su vida personal/profesional (peligrosamente entrecruzadas) y está de vuelta en Washington. Lo último que supo antes que la mandaran de vuelta es que una célula terrorista “dió vuelta” a un prisionero de guerra. Al tiempo, es “milagrosamente” rescatado un prisionero que había desaparecido hace ocho años, Nicholas Brody. Carrie tiene la certeza de que es la persona de la cual le habían hablado.
Claro, Carrie, como se nos muestra todo el tiempo, es casi sobrenaturalmente buena en lo suyo. Pero también se nos muestra que está medicada... con anti psicóticos. Entonces la certeza, ¿es profesionalismo o síntoma?.
Brody por otro lado, no hace nada para que dejemos de sospechar de él. Pero puede estar ocultando algo, o puede estar mostrando las secuelas de ocho años secuestrado y volver para encontrar que sus hijos ya son grandes y que es muy probable que su esposa tenga de amante a su colega marine y (hasta entonces) mejor amigo. 

Carrie y Brody van a bailar un tenso tango en 12 episodios, rodeados por la confundida esposa de Brody; el mentor de Carrie, Saul y un director de la CIA que refuerza todas las desconfianzas que uno puede tener de alguien cuya carta de presentación es... ser director de la CIA. 
Sin adelantar mucho más de la trama, digamos que nadie mantiene la distancia que debería, que en algún motivo desconfiamos de las motivaciones de todos, que no hay nada tal como “libre de pecado”, que probablemente lo que pensamos que es una posible amenaza sean dos... o tres. 
Puede que suene como “otra de espías” y tengo que confesar que en lo personal, no es un género que me interese demasiado, pero el sostén más allá de lo  meramente argumental son los personajes.

En primer lugar Carrie, con una Claire Danes jugada en un papel muy poco glamoroso y aun menos querible. Carrie es multi dimensional: volcada al profesionalismo, pero vacía en lo personal y dolorosamente consciente de ello. Que oculta su enfermedad en complicidad con su hermana psiquiatra, pero con la que tiene una relación más de rival que de aliada. Que adora el jazz y de vez en cuando se tira una anónima canita al aire haciéndose pasar por casada. Danes es buena, pero los asesores psiquiátricos de los guionistas son los que saben lo que están haciendo: todas esas cositas que parecen aleatorias, si agarran un manual, van a ver que son claros síntomas de algo más complicado. Queremos simpatizar con la heroína, pero nos da miedo pensar que pasa si simplemente... está loca, por falta de una nomenclatura más sutil. 

Damian Lewis es Brody, el marine rescatado, que puede estar ocultando algo o simplemente estar dañado más allá de lo reparable, en el centro de una tormenta mediática y política, cornudo consciente y que en las instancias finales muestra todos los conflictos y ambivalencias que los estereotipos ficticios de “el heroe” o “el terrorista” suelen carecer. Detrás de Brody, está  Jessica, una impecable Morena Baccarin, a kilómetros de su villana en V, como esa esposa que creyó a su marido muerto y que ahora le reaparece cuando estaba empezando a reconstruir su vida.

Y finalmente está Saul, Mandy Patinkin jugando a una cara de poker que creemos oculta algo, o que simplemente se ha mimetizado hasta tal punto con su trabajo, que “eso” es su persona. 
De más está decir que ninguno de ellos la está pasando bien, y si la pasan bien, las consecuencias son terribles. Lo cierto es que estos actores van a ganar todo premio a la actuación existente, y va a ser completamente merecido.
Argumentalmente, los recursos son distintos de lo que estamos acostumbrados y sin miedo a experimentar: hay un crescendo de episodios y episodios, y un clímax anticlimático; vueltas de tuerca que no son las esperables y un par de volantazos inesperados. No todo funciona, pero vale el intento. 
Probablemente lo mas discutible de la serie, desde nuestro lugar en el mundo, son los aspectos políticos. La serie es crítica del sistema, pero tiene puesta las barras y estrellas en todas partes, y del mismo modo que un vicepresidente es un frío calculador capaz de cualquier cosa con lograr sus objetivos, un director de la CIA cuando se le sugiere que torturen a un prisionero por una confesión dice “aquí no hacemos eso”. La suspensión del descreimiento en realidad en este caso tendría que ser una “suspensión de la ideología” para disfrutar sin querer romper la tele.
Homeland acaba de terminar su primer temporada, y fue renovada para una segunda. El final deja puertas abiertas, pero también cierra algunas muy importantes, por lo que hay que ver como se las ingenian para continuarla sin caer en los mágicos regresos de Jack Bauer en cada temporada de 24.
Mírenla, luego la debatimos: parte de la gracia está justamente en debatirla, ya sea en lo cinematográfico, en lo político, en los psiquiátrico o en lo moral. Y cualquier cosa capaz de general ese tipo de debate, es bienvenida. 

viernes, 16 de diciembre de 2011

13, el número de la suerte cuando se habla de series.

Solemos no apreciar en toda su magnitud lo complicado que es sostener una ficción serializada, en cualquiera de sus formas. Drama o comedia, teleteatro o historieta. El equilibrio necesario entre desarrollo de personajes y situaciones novedosas, teniendo en cuenta que la narración tiene que mantenerse en el tiempo.
A veces somos increíblemente críticos de la ficción hecha en Argentina (muchas veces merecidamente, no nos engañemos), olvidándonos que sufren de una falla estructural que es impuesta empresarialmente: la historia tiene que ser diaria y probablemente durar unos 9 meses. Aun los más apreciados y cuidados ‘unitarios’ (pésima nomenclatura) terminan siendo 50 y pico de episodios en un año.
Tilingos como somos, ponemos el ejemplo gringo como contrapartida, olvidándonos o a veces simplemente ignorando cuanto relleno, pasos en falso y vueltas de tuerca innecesarias hay en cualquier serie norteamericana de formato standard: 22 episodios anuales, generalmente emitidos de septiembre a mayo.
Pero esto está cambiando: las cadenas de cable, especialmente las de subscripción paga, tienen otras reglas, otros presupuestos y otras libertades, y suelen favorecer un formato que por su extensión resulta ideal: 13 episodios anuales.  HBO abrió el fuego a fines de los 90, con The Sopranos, The wire y Sex and the City, y bien o mal, cambiaron el panorama de la televisión tal como la concebimos en lo que va del siglo XXI.

El numero 13, arbitrario como parece, hasta tiene una razón industrial: el proceso para la aprobación y compra de una serie por parte de un canal es (o era) más o menos así: se escribe un guion de un “piloto” y una guía de cuál sería la dirección general de la serie (protagonistas, tono dramático, puntos argumentales principales) y si genera el suficiente interés y/o si hay una estrella “de nombre” asociada, se filma el piloto, generalmente con el costo a cargo de una productora o por el canal (1) . Si el piloto gusta, se hace una orden por 13 episodios, unos 3 meses de compromiso de emisión. Si la serie funciona (audiencia y prestigio son los determinantes), se pide lo que se llama el “back 9” (los 9 restantes) para completar la temporada de 22. Ese 13 inicial quedo como sinónimo de “serie básica”.
¿Y por que el 13 funciona? Mas allá de las cualidades individuales de cada producto, el formato impone una serie de reglas: un piloto o primer episodio de la temporada fuerte que presenta la información básica y hace de gancho; poco lugar para el relleno; a no más tardar a la sexta semana los conflictos principales tienen que estar planteados o ya dando su vuelta de tuerca; y para el 12 tienen que sentarse las bases para resolución. The End. También, el compromiso del televidente es diferente: es más fácil que acordemos hacer algo que dura tres meses más que nueve, y al mismo tiempo, sabiendo que son solo 13 episodios, difícilmente nos demos el lujo de perdernos uno.
Y los grandes actores, aquellos que “sólo hacían cine” también se comprometen más fácilmente a hacer un producto que les deja el tiempo libre necesario para filmar una película, presentarse en el teatro o hacerse carísimos tratamientos de belleza. Y mientras la industria cinematográfica cada vez más se guía por las encuestas y los caprichos de un público de menos de 25 años, las series son disfrutadas por un segmento más amplio de la población, menos obsesionado con la edad de los actores.
Así es como en los últimos años gente como Glenn Close pasó  del cine a la TV haciendo algo del mejor trabajo de su carrera, y en los próximos meses viejas glorias como Dustin Hoffman o Jane Fonda van a estar protagonizando ficciones semanales.

El desarrollo de las historias recuerda también mucho al de una novela, y este es uno de los motivos por los cuales los analistas culturales suelen decir que la elusiva ‘gran novela americana’ no se está escribiendo si no filmando en alta definición.
Claro que este formato no es único ni el mejor, ni el que mejor se adapta para todas las ideas: la premisa de 24 giraba justamente alrededor de esa cantidad de horas y la BBC ha impuesto con comodidad las series de 6 episodios anuales, o aun más irregulares, como la serie de casi películas que era Prime Suspect. Pero si pensamos en lo más fuerte de la última década y monedas, se trata del 13: Sopranos, Mad Men, Breaking Bad,  Curb your enthusiasm, Nurse Jackie, Life on Mars, Damages .Y también como romper ese formato las hace hacer agua: Sex and the City paso a hacer temporadas comunes de 22 episodios y mucho del encanto original se fue diluyendo.
¿Qué series están mirando? ¿Se enganchan más fácil con las de 13 episodios? ¿Se frustran con las de 22 que pierden el rumbo? Charlemos!

1- Las productoras claro, rara vez son independientes, y desde hace una década más o menos, cada cadena en USA es propiedad de uno de los estudios productores: ABC es Disney, NCB es Universal, CBS es Viacom/Paramount, Fox… es Fox, y CW es Warner/Viacom.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Sobre La piel que habito o la referencia circular.



De qué hablamos cuando hablamos de Almodóvar
Empecemos aclarando nuestros términos. Este es un diálogo que vengo manteniendo con diferente gente desde hace un tiempo, pero creo que ahora más que nunca, tras ver La piel que habito y tratar de ubicarla en el ‘Pedrómetro’, se hace necesario. Si tuviéramos, por algún motivo, como montones de críticos, profesionales y amateurs, que encasillar la obra de Almodóvar en alguno de estos comportamientos estancos, ¿en cuál lo haríamos?. Busquemos definiciones. Qué dice Wikipedia al respecto:
  • La tragedia es una forma dramática cuyos personajes protagónicos se ven enfrentados de manera misteriosa, inexpugnable e inevitable contra el destino o los dioses, moviéndose casi siempre hacia un desenlace fatal por una fuerza ciega, la fatalidad, el sino, el hado o fatum, en anunciado siempre por diversos oráculos.
  • Una farsa es un tipo de obra teatral cuya estructura y trama están basadas en situaciones en que los personajes se comportan de manera extravagante y extraña, aunque por lo general mantienen una cuota de credibilidad. 
  • La comedia es una rama del género dramático que se caracteriza porque sus personajes protagonistas se ven enfrentados a las dificultades de la vida cotidiana y por eso ellos enfrentan las dificultades haciendo reír a las personas o a su "público", movidos por sus propios defectos hacia desenlaces felices donde se hace escarnio de la debilidad humana.

Como la mayoría del mundo, nos familiarizamos con la obra de Pedro Almodóvar hace ya como 25 años, con esa obra icónica que es Mujeres al borde de un ataque de nervios. Mujeres es, y esto también podría ser discutido de así quererlo, una comedia. Abiertamente una comedia: “porque sus personajes protagonistas se ven enfrentados a las dificultades de la vida cotidiana y por eso ellos enfrentan las dificultades haciendo reír a las personas”.
Entonces sucedió que la asociación Almodóvar-Comedia quedó hecha, y en esa clave se leyó mucha de su obra posterior (y anterior) durante años. El problema es, sólo alguna de las películas más tempranas y anteriores a ésta fueron comedias. Las que siguieron, con mayor o menor éxito, fueron, en el mejor de los casos, farsas. Claro que podíamos reírnos si así lo queríamos, pero  nunca fue el objetivo principal. 
Y varios años más tarde llegó La flor de mi secreto, y muchos quedaron tambaleando, intentando encasillar lo inclasificable. ‘Melodrama’, dijeron algunos, ‘folletín’ dijeron otros, con toda la carga peyorativa que esas dos definiciones incluían. Y luego, para el segundo boom comercial, Todo sobre mi madre, Douglas Sirk empezaron a decir, Pedro está homenajeando a las las ‘películas de mujeres’ de los años 50, nuevamente sin reparar en lo peyorativo del nombre mismo. 
No, las películas de Almodóvar desde 1995 en adelante son tragedias propiamente dichas, que se fueron perfeccionando a través del tiempo, pero a las que les faltaba el toque que las podría justamente en ese lugar: la intervención de los dioses.

Jugando a ser Dios.
Robert, el protagonista de La piel que habito, interpretado por Antonio Banderas en su papel más interesante en décadas que no sea un gato animado, está jugando a ser dios. Ni más ni menos. No al Dios judeo cristiano, si a un dios como los de la tradición grecoromana: caprichoso, menor, vengativo, que abusa de su poder. Vuelvan a leer la definición de tragedia. Piensen en las tragedias. Cada vez que un dios interviene en el mundo de los humanos, nada bueno puede pasar. Es un dios que busca “intervenir” los seres humanos para ¿mejorarlos?, un dios que busca venganza, un dios que desoye y como consecuencia altera su vida y la de todos los que toca.

Claro, aquí es donde empiezan nuestras disonancias cognitivas, porque Almodóvar sigue en la línea de hiper realismo que viene perfeccionando desde hace ya algunos años, entonces tratamos de poner en el mundo real asuntos de los dioses, y nos parece que algo no funciona. Y nos extrañamos y sonreímos como en una farsa, o intentamos reírnos como en una comedia, cuando no se trata de ninguna de ambas. Lo que cambió desde Sófocles a Woody Allen es la audiencia y como está dispuesta a leer los simbolismos. Si tuviésemos un coro comentando sobre las acciones de Robert, Vera y Marilia tal vez estaríamos más dispuestos a leerla como la tragedia que es. Pero si un hombre mata a otro y en ese momento se revela su vínculo de hermanos, y los colores del fondo están saturados, pensamos teleteatro, no tragedia

Cine de arte que habla de arte.
Claro que Pedro encuentra sus propios recursos para avisarnos que estamos viendo una tragedia, a su manera. No coloca un coro, pero coloca a Marisa Paredes. Marisa, que su rostro mismo ES la tragedia. Mirando la película no pude evitar recordar esa escena casi al final de Todo sobre mi madre en que el personaje de Marisa está ensayando Yerma. La tragedia en su ámbito natural, el teatro. Esa escena dentro de la escena ES la tragedia. Y a esta altura tenemos que estar preparados para saber que si Marisa Paredes es parte del film, eso es lo que estamos viendo. 

Y como siempre, y por más que probablemente odie que se lo defina así, Pedro es un cineasta posmoderno, entonces nos intenta disimular con un guiño de suspense lo que sería una referencia directa a Electra o a Edipo mismo. Y deja que que miles de críticos piensen en los clásicos del cine que estará destilando cuando en realidad nos está abiertamente refiriendo a David Lynch. 
El Pedro de los últimos años es uno que aprendió a filmar bellamente, y pareciera estar reciclando algunas de sus ideas para que se vean mejor que antes. Por eso la autoreferencialidad por momentos hasta agota: la premisa básica de Atame!, muchos detalles que no voy a revelar pero que remiten directamente a La ley del deseo, la venganza de Carne Trémula, el regreso de Volver... Una cosa es tener estilo, otra es quedarse con la sensación de “esto ya lo vi”.
Pero ese es mi lado cínico analizando el “bellamente”. También tenemos una dirección de arte clinicamente perfecta (nunca más adecuado el “clinicamente”), delicadamente fotografiada, y una exposición de cosas maravillosas, desde el paisaje de Toledo a las obras de arte que cubren las paredes de la casa de Robert (todas perfectamente en sintonía con la historia), las referencias a la obra de Luoise Bourgeois (completamente solidarias al argumento) y a la maravillosa música de Alberto Iglesias y Concha Buika ocupando el lugar que alguna vez tuvieron Caetano, Luz o Chavela.
Hay también un abuso de ciertos recursos, como el extenso flashback que nos cuenta la “verdadera historia” de lo que estamos viendo. Esta es la estructura de Carne Trémula, de Hable con ella, de La mala educación, de Los abrazos rotos. Si, es estilo del autor, pero también nos remite al “ya lo vi” de más arriba.
La referencia circular es la de una fórmula que remite a si misma, y por lo tanto imposible de resolver. En muchos aspectos, La piel que habito es una película que remite a fórmulas que se remiten a si mismas, y por tanto algo se pierde de la resolución

Pero... ¿es una tragedia, o simplemente trágica?
Si estuviésemos comentando tragedias, si tuviese las herramientas para realmente comentar una tragedia, probablemente concluiría que no cumple con algunos requisitos mínimos. Pensar en tragedia nos da elementos para acercarnos al film, pero como decía más arriba, cuando hacemos un desvío por el teleteatro, algunas premisas básicas se caen. Lo que le pasa (lo que nos pasa) a muchos en la audiencia es que nos gustaría que hubiese menos posmodernidad y mas definiciones. Que las comedias fueran comedias; las farsas, farsas; y las tragedias, tragedias. Cuando ponemos en la licuadora teatro clásico, 100 años de la historia del cine, y una voz tan personal como la de Almodóvar algunas cosas no podemos evitar que nos suenen a pastiche, y entonces vamos al análisis, al descomponer por partes, para rescatar todo lo que nos gusta (que es mucho) y poder poner momentareamente en un costado lo que nos gusta menos, o directamente no nos gusta.
En conclusión, no es LA película, ni siquiera de las mejores películas de Almodóvar que hemos visto. Pero como sucede con la obra de Woody Allen, a quien mencionaba más arriba, como otro referente que flirtea con los géneros clásicos, sigue siendo mejor que la gran mayoría del cine que se estrena, y por tanto merece ser vista. 

jueves, 8 de diciembre de 2011

Comentario Modern Family 3x10 - Express Christmas


Entonces, cuando las cosas empiezan a hacer agua, nada mejor que un poco de comedia bien de trazo grueso. Les juro que no es ironía: es justo lo que le faltaba al programa.
Cuando comentaba el último episodio, mi queja era que realmente no estaba haciendo reír, más allá de que otras cualidades seguían intactas. Se nos venía el episodio navideño encima, y realmente tenía miedo de quedar tapado bajo una montaña de edulcorante.
Ye entonces es como  la serie pega el volantazo, y sale con algo indudablemente obvio, pero probablemente por eso efectivamente gracioso, sin perder ninguna de las cosas que hacen que uno, quejándose o no, sintonice todas las semanas.
La premisa era fácil: por desentendimientos varios y la ausencia de la madre de Claire y Mitchell, los Pritchett y los Dumphy deciden festejar navidad el 16 de diciembre. “Navidad express” la llama Phil, y claro, como toda propuesta traída de los pelos, TIENE que venir de Phil.
La familia se divide las tareas, y como es esperable, nada sale como debe.
Esta “división de las tareas” da el pié a lo que siempre es el punto fuerte de Modern Family: hacer pares con personajes que uno no esperaría, y descubrir la química en esas relaciones. Brillaron en este episodio Gloria y Luke. Déjenlo a Luke para señalar lo obvio (Gloria habla una media lengua que pasa de simpática a inentendible) y a Gloria para aplicar su extraño sentido común para resolver unas cuantas situaciones de las que es directamente responsable (su metodología: mentir, hacer de cuenta que no sucedió, culpar a otro). Igual, démosle crédito a Gloria por identificar que es lo que estaba faltando en esa falsa navidad y tratar de resolverlo. 
Un párrafo aparte merece Ty Burrell, cuya comedia física es sin par. Independientemente de que Phil suele tener los mejores chistes del guión, una cara, un gesto con su brazo, una mirada y la escena es suya. Cuando además el “straight man” para sus chistes es Manny, estamos hablando de oro en polvo para la comedia. 
Claro que el final no podía tener el toque sentimental, doblemente esperable esta temporada, de por sí sentimentaloide, y por ser el episodio navideño. Pero resuelto también con un chiste (en este caso, yendo a lo probado y efectivo: la difícil interacción entre Jay y Cameron).
Este episodio igual no “arregla” nada, queda por verse en un mes más o menos, cuando la serie vuelva, si lo hace con los cartuchos recargados o seguimos como venimos hasta ahora. 

martes, 6 de diciembre de 2011

Comentario invitado: Kate Bush ¿50 Words For Snow, o congelada en la nieve?

Nuestro primer columnista invitado es Pablo Costa Wegsman, especialista en temas-Kate

Algo que me sucede habitualmente con Kate Bush, desde hace ya hace unos años, es que la primera escucha de su nuevo disco resulta bastante decepcionante. La mayoría de las veces, la decepción, hablando en general, está directamente relacionada con las expectativas. Con respecto a estas primeras escuchas, es un factor determinante, y el caso de 50 Words For Snow no es una excepción.
Amo la totalidad de la obra de Kate, aunque algunos discos son para mí más importantes que otros, o me gustan más, o me llegan más, o se correlacionan con momentos de mi vida que los hacen más especiales. Esto es una razón para poner muchas expectativas cuando aparece la noticia de que Kate prepara un nuevo álbum, además, o especialmente, porque eso no pasa muy asiduamente. 
El álbum en cuestión debutó el 27 de noviembre de 2011 en el puesto 5 del chart del Reino Unido, haciendo a Kate la primera artista femenina en tener un álbum, compuesto enteramente material inédito hasta el momento, entre los primeros cinco puestos de ese chart en las últimas cinco décadas. Obviamente éste es un dato muy interesante, pero no pone en evidencia un gran problema. Para cualquier fan, y/o conocedor, el problema es muy claro; pero para quien no lo sea, voy a aportar otro dato significativo que ayudará a entender de que hablo, pero habrá que hacer cuentas: en esas cinco décadas, Kate editó 10 álbunes de estudio. Haciendo bien nuestras cuentas, vemos que la maravillosa carrera de Kate cuenta con una media de 2 discos por década o, por calcularlo de otra manera, un promedio de un disco cada cinco años. 
Todo esto no es realmente así; no podía ser tan fácil. En la música, como en cualquier otro arte, las cosas no funcionan como en las ciencias puras. La realidad es que nuestra diva nos brindó dos discos en 1978, con nueve meses entre uno y otro; cuatro en la década de 1980;  uno en los 90s;  uno en 2005; y dos en el presente año. El primero de estos últimos, si bien se trata de un álbum de estudio, y no de una mera recopilación, no es de material inédito, sino “revisitado”. Los méritos de ese disco, Director´s Cut, son muchos, pero no es el tema que nos ocupa. 

¿Qué pasa entonces en la primera escucha? Lo mismo que pasa cuando nos prometieron un buen asado, y finalmente nos ofrecen un churrasco (esta es una metáfora poco feliz y quizás demasiado burda y chabacana, y hasta puede resultar insultante a algún amigo vegetariano, pero creo que es ilustrativa). Desde hace días, cuando nos anticiparon ese asado, se nos hace agua la boca de pensarlo. Llegamos y nos dicen que hay un cambio de menú, y nos presentan un buenísimo bife ancho (o de lomo, o de chorizo, o el que el lector prefiera; hay que hacerlo lo más tentador posible). Por más apetecible, sigue sin ser el asado; ¿verdad? Quizás la carne sabe igual, o incluso el bife es mejor que el asado, pero seguimos decepcionados. Eso pasa en la primera escucha: es bueno, como siempre, pero no es lo que esperábamos. 
Ahora, lo importante no es lo que esperábamos, sino lo que tenemos: un maravilloso álbum llamado 50 Words For Snow, que en la primera escucha me pareció aburrido, y en las siguientes empecé a digerirlo, y ahora, gracias a la determinación (porque no es una decisión ya, sino una determinación) de escribir esta crítica, que prefiero llamar análisis (porque no me creo capacitado de criticar a Kate Bush), tras repetidas escuchas, he comenzado a adorarlo. 
Antes de empezar a recalcar los méritos del álbum en cuestión, que haré al analizar cada tema en concreto, vamos a ver sus defectos. 50 Words For Snow  es un disco conceptual y podría haber sido tranquilamente un tercer cd de Aerial, su trabajo de 2005 que, como sabemos, esta formado por dos cds, uno de ellos también conceptual, como el que nos ocupa. La verdad es que esta no es la primera, ni la segunda experimentación de Kate en lo conceptual; debemos recordar que ya en 1985, Hounds of Love contenía una cara B, The Ninth Wave, en este “formato”, y de alguna manera, The Red Shoes también puede considerarse conceptual (sobre todo su versión en video). Esto de ninguna manera va en detrimento de la obra de Kate, ni mucho menos. Lo que sí me impresiona es que estos trabajos conceptuales se fueron volviendo cada vez más densos y hasta casi aburridos. No creo que nadie que no sea fan les dé más de una o dos escuchas y, por lo tanto, nunca llegaría a comprenderlo y apreciarlo.

Kate siempre fue experimentadora: en su momento fue la electrónica; antes, la representación en escena de sus canciones, en lo que fue una precursora. Sus conciertos eran puestas en escena, con bailarines, coreografía, escenografías, multitud de cambios de vestuario, etc. ¿Nos suena esto? Bueno, estamos hablando de 1979. Lamentablemente, su primera gira fue su “fare well”. Con la electrónica, también fue precursora, comenzando a experimentar con ella en 1980, con Never For Ever, escalando en su siguiente y más controvertido (por lo difícil y denso) disco, The Dreaming, hasta llegar a lo que considero su apogeo en todos los sentidos, con Hounds of Love.  

Ya en The Red Shoes había abandonado la electrónica “pura y dura”, pero logró un álbum maravilloso donde la experimentación pasaba por incluir bandas de gaitas, fastuosos coros vocales, trabajar con Prince; por nombrar algunos “experimentos”. Lamentablemente, por lo que a este nuevo trabajo respecta, parece que sí se ha quedado troquelada en otro formato. El conceptual, ya comentado, y el instrumental. Hay muy poco en este disco que tenga una instrumentación compleja, realmente experimental, ya sea electrónica o acústica. Todo se basa en su voz (que sigue siendo maravillosa), en las de sus invitados, en su piano, y en arreglos peligrosamente similares a los de sus primeros discos, y al más reciente;  a Aerial me refiero.
Dicho todo esto, veamos en detalle cada tema que compone este trabajo:
Snowflake es el primer tema del disco y tiene una duración de casi 10 minutos… aunque no es la canción más larga (el disco dura 65). Definitivamente, no es una canción de apertura si pretendemos captar la atención del oyente. Sin embargo, Kate es honesta, y la pone allí para prevenirnos de lo que sigue. En otra época, como en la del fabuloso Hounds of Love, Kate la habría puesto en la cara b de un simple. Como composición es, además de arriesgada, hermosa; aunque eso en general (salvo algunas pocas canciones, especialmente de The Dreaming) es un rasgo característico de su obra: la belleza. Los arreglos vocales son lo más arriesgado, especialmente considerando que Kate solo hace coros, y la voz principal es la de su hijo, Albert McIntosh, o “Bertie”, una de las razones por la que Kate desapareció de nuestras vidas por unos doce años… El chico canta muy bien, con voz prepúber, y en muchos momentos, suena como la madre. La canción está compuesta para que sea él quien la cante: Bertie es un copo de nieve que cae del cielo, directo a las manos de Kate. La melodía es de una dulzura conmovedora, aunque un poco reiterativa. La instrumentación es minimalista; hay unas entradas de la guitarra de Dan McIntosh, padre de Bertie y marido de Kate, que son muy interesantes… la verdad es que instrumentos no hay muchos más: una batería acertadamente sobria, piano y bajo, ambos tocados por Kate.
Lake Tahoe comienza con una introducción melosa, casi de títulos de presentación de película de Hollywood (tiene hasta unas campanitas tipo Disney o de película navideña) y con la entrada de los cantantes invitados, a los 20 segundos, cambia de color, temperatura y textura, revelando una maravillosa y perfecta composición, musicalización e interpretación vocal que la hace, probablemente, la mejor canción del disco. Los invitados en cuestión son Stefan Roberts, contratenor; y Michael Wood, tenor. Ambos hacen una interpretación fabulosa, cantando a dúo, en perfecto contraste con la voz de Kate. Su entrada es sublime, con esa ternura y fuerza combinada que siempre me deja perplejo. La canción trata sobre una mujer que tras ahogarse en el lago (Tahoe), algunos días aparece, con vestido victoriano, llamando a su viejo perro que duerme, y que cuando sueña, corre. Muy lindo, sí, pero debo remarcar tres cosas. En primer lugar no entiendo muy bien la mezcla del vestido victoriano y un lago de Nevada (USA); pero claro, es Kate. Segundo: Wuthering Heights ya lo hiciste hace muchos años.  Por último, hay algo un tanto desacertado a nivel vocal en la llamada a su mascota: “Snowflake! Snowflake!” Entiendo que la idea es sonar como la mujer sobre la que canta, algo teatral no extraño en Kate, pero el resultado no es feliz. Líricamente, sin embargo, tiene mucha fuerza y mucha poesía; semánticamente, rememora toda la idea de The Ninth Wave, y el ya mencionado Wuthering Heights

Musicalmente, los arreglos e instrumentos recuerdan mucho a sus primeros tres trabajos. Esta tiene una duración de 11 minutos.  La palabra que se viene a la mente es contemplación, a la usanza de los filósofos clásicos; aunque hablemos de uno contemporáneo.  
Misty es el primer tema del disco en el que la única voz es la de Kate, en todo su esplendor, navegando por todos sus matices. Una canción de amor, pero tratándose de Kate, las cosas nuevamente no son muy sencillas: su amado es un muñeco de nieve, Misty. Supongo que poniéndolo así, crudamente, a aquellos que no hayan escuchado la canción, esto les parecerá absurdo; y quizás lo es, pero es arte, y es Kate. Sin embargo, logra con su genio, e ingenio, tanto compositivo, como interpretativo, que nos echemos de lleno a la canción, que nos llegue, que haga vibrar esa fibra que hace enternecernos y creer en su locura. Nos envuelve en su locura. Las guitarra de un tal Joel, así, a secas, es sublime; por momentos parece un arpa.
Bueno, llegamos a la cuarta canción del disco, de las siete; o sea, la del medio: Wild Man. Y no podía estar mejor ubicado por ser totalmente distinto al resto del material. ¿Por qué? Pues primero porque fue cortada como simple y, por ende, es la canción más pop del trabajo, o la única, si se quiere. Pero ojo, que tampoco es una canción pop fácil. Más allá de su simplicidad, la instrumentación es mucho más arriesgada que en los temas anteriores, y los arreglos son de destacar; especialmente a lo que se refiere a la voz, nuevamente. La simplicidad es la del formato pop: unos versos cantados por ella con coros o estribillos en el medio; coros que también son de resaltar. Lo primero que viene a la mente es Bowie, de los 70s: un sintetizador sonando primitivo, y la voz de Andy Fairwether Low, sonando “bowietiva”, y desgarradora. El señor canta mucho con Roger Waters, para hacerse una idea si no lo conocen. La historia trata sobre un grupo de escaladores que encuentran, en la nieve de los Himalayas, las huellas de un Yeti, Wild Man, y las borran para protegerlo. 
Snowed In At Wheeler Street es una balada a duo. Su cointérprete no es nada menos que Elton John. Lejos de ser fan, la verdad es que este señor, por lo general, me rompe bastante los huevos; pero hay que reconocerle sus méritos, especialmente a lo que se refiere a cantar, y componer, baladas. Es un tema muy romántico, y dramático, con tintes históricos; pero a mí no me hace nada. Hay algo que no cuaja. Sorry.
La canción que da nombre al disco, 50 Words For Snow, lo dice todo con su título: 50 palabras por nieve, y 50 palabras por nieve tienes. Eso sí, las 50 palabra están recitadas por Stephen Fry, mientras Kate las cuenta en un murmullo. Entre medio de estos conteos, hay un estribillo cantado por Kate que nos informa de cuantas palabras quedan pendientes, y también incita a Stephen, en el papel del Profesor Joseph Yupik, a completarlas. Esto supuestamente tiene que ver con un mito que dice que los esquimales tienen 50 palabras para nombrar a la nieve… es un experimento, como cuando en Aerial recitó con 137 decimales. Un experimento que no necesito escuchar más de un par de veces.
Llegamos al final del disco, si no lo dejamos en el medio de alguno de los dos últimos temas, y tenemos Among Angels: Kate y su piano, sin necesidad de nada más (al mejor estilo And Dream of Sheep o Under the Ivy).  Una canción hermosa, un tanto densa, y moderada en su extensión, comparada con las demás; es de hecho la canción más corta del disco, con 6:49… Aquí experimenta nuevamente con su voz, que ha cambiado con las décadas, pero sigue tan clara, vibrante, flexible, enternecedora… sí, es obvio que me encanta la voz de Kate. Más allá de resaltar la belleza de la canción, y la interpretación, no hay mucho más para comentar.
Para concluir, decir que el arte del disco es, como suele ser, de una calidad y belleza impresionante. Todo muy cuidado, y con diseño de la misma Kate. 
En resumen, un disco para escuchar varias veces (a excepción de dos temas), para empezar a comprenderlo y luego disfrutarlo;  un claro exponente del paradigma Kate Bush,  ha vuelto con todo y esperamos que no vuelva a desaparecer por otros 5, 6, o 12 años.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Sobre 12", 7" y otras cosas que ya no existen


Esta nota esta dedicada a Gabriela, Christian, Jose Luis y especialmente a la Negra, que siempre me han entendido sin explicaciones.

Cuando estamos rodeados de gente que maneja nuestro mismo código, a veces nos olvidamos hasta qué punto ese código es nuestro y de unos pocos más. Entonces damos por sobreentendidas cosas que la mayoría de los que nos escuchan jamás van a entender. Ejemplo: Suena una canción en la radio (¿en la radio? ¿Alguien sigue usando la radio para escuchar música? Más sobre esto un poco más adelante), es una versión ligeramente remezclada de alguna canción. Comento, “eso es un lindo doce”. Cualquier persona que no pertenezca a mi circulo mas intimo se me queda mirando como si hubiese hablado en chino.
Claro, en mi esquema mental, un “doce” (un 12” para hablar escribir con propiedad), es una versión, remezclada, probablemente extendida de una canción. No, no un remix con lavarropas de fondo para una discoteca, y no, no un remix hip-hop que consiste solamente en agregar a un rapper de moda durante algunos compases. Una versión extendida. De las que se hacían artesanalmente, a mano, antes de que hubiera samplers para todos, cuando ‘house’ era solamente ‘casa’ en inglés. Si, de las que se hacían hace unos… 25 años o más.
Y, ¿por qué un 12”? Bueno, entonces tenemos que explicar que en aquellas épocas, cuando salía un disco simple, es decir, una canción suelta que se vendía independientemente de un álbum y se compraba de forma física en un lugar físico que se llamaba disquería, había dos formatos: el 7” (“siete”), que son esos disquitos que algunos nostálgicos siguen llamando “simples” o el 12” (“doce”), que muchos conocimos primero con el nombre de “maxi”. Las nomenclaturas 7 y 12 pertenecen al tamaño en pulgadas de la pieza de vinilo. Un 12” es el tamaño de un álbum normal. La diferencia entre un álbum y un 12” es que este ultimo solía tener que ser reproducido en 45RPM (¿alguien me sigue leyendo o ya los perdí a todos?), al igual que los 7”, por los que en algunos lugares del mundo a los 7” se los conoce indistintamente como un 45 (‘cuarentaycinco’).
La diferencia entre un 7” y un 12”, aparte del tamaño, es que el 12” solía tener algún extra, ya sea alguna cara B adicional, o algún tipo de remezcla. ¿Cara B? ¿Remezcla? Sigan leyendo, ya explico.


Un disco de vinilo tiene dos caras. En el caso de los simples, la cara A es la canción que da nombre al mismo, y que se espera que se pase por la radio y por la cual el consumidor compraba el simple (a menos que se tratara de un doble cara A. No voy a intentar explicar ese concepto, cómprenme una cerveza y les cuento), la cara B es un extra, un algo más para el que se tomó de comprar el disquito. La cara B es un opcional, un “lindo de tener”. Algunos artistas, mayormente ingleses tales como The Smiths o los Pet Shop Boys, la llevaron a la categoría de obra de arte, aprovechando para experimentar, probar sonidos nuevos, canciones de estructuras raras y otros etcéteras interesantes. Obviamente los precursores de esto fueron los Beatles. De hecho, los famosos “Album Rojo” y “Album Azul” de los Beatles no son más que recopilaciones de simples (7, 45…) con sus respectivas caras B. (Tanto los Smiths en Hatful of hollow como los Pet en Alternative se vieron obligados también a recopilar estas caras B, generalmente difíciles de conseguir). 

Los Pet compilan caras B
Los Smiths tambien

Otros artistas nunca le prestaron mucha atención al tema, poniendo un instrumental o un tema menor de su álbum como cara B. Famosa por ladri que hace estas cosas, la señora Madonna, que hasta llegó a usar más de una vez la misma canción como cara B de múltiples simples (crédito donde el crédito es merecido, también es famosa por haber relegado a una cara B una de sus canciones más clásicas, Into the Groove).

"Si, voy a poner mi mejor cancion como una olvidable cara B"


La otra opción para los 12” era poner una versión alternativa, generalmente más larga, y en el caso de tratarse de algo bailable, ecualizada para enfatizar ciertos sonidos, y agregar ciertas transiciones que permitieran “engancharla” por el disk jockey de turno (si, disk jockey, ¿de donde creen que salieron las siglas DJ?). Esta es una costumbre que empezó en los 70, en pleno auge de la música disco, donde era normal encontrar una etiqueta en la tapa del 12” recordando que contenía una versión de 15 minutos del último hit de Donna Summer o Gloria Gaynor. Para mediados de los 80, era de rigor tener algún tipo de versión extendida/bailable disponible en 12”, con mayor o menor creatividad. Es en esta época que empezaron a aparecer los remezcladores “con nombre”, como los Latin Rascals o Phil Harding, Pete Hammond y Ian Curnow de la factoria PWL. Estas versiones, aunque llevaran en ocasiones coloridos nombres propios, se las empezó a conocer genéricamente como “un 12”, y aquí es donde comenzamos.
Fue la combinación de estos remezcladores “de nombre” con ciertos artistas especialmente aventurosos, en particular Depeche Mode, que llevó a una nueva categoría de “re versión” que trascendió al 12” básico, y que dieron origen a todo un genero nuevo de música, que fue (es) el house y sus derivados.
Depeche remezcla, pone caras B y remezcla las caras B. En un CD single.

Con estos experimentos, hubo concurrentemente una explosión de formatos: al 7” y el 12” pronto se le sumaron el 12” alternativo o limitado (un segundo 12”, generalmente más difícil de conseguir, y con una mezcla especialmente fuerte, lo que lo hacía más deseable), el cassingle (uno de los inventos mas estúpidos de la historia de la industria musical) y claro, el CD single. Este último fue el que introdujo la mayor confusión, ya que no medía ni 7” ni 12” y claro, no tenía cara B. Pero que contenía todas las anteriores.
Todas estas cosas sobreviven de alguna manera, a veces con nombres anacrónicos como los que estoy intentando explicar, o con nuevos nombres que no tienen demasiado sentido (en iTunes, el MP3 de una canción con una ilustración que sería su “tapa” y las versiones alternativas y extras se los conoce como un “pack”).
Creo que ya me extendí demasiado, así que dejo para una segunda columna (¿mi propia cara B? ¿Una columna 12”?) algunos ejemplos concretos, para ver si con una escuchada podemos distinguir un 12” de un remix, y hasta de un 7” (si, se puede identificar un 7” con los oídos sin ver el formato).