miércoles, 23 de febrero de 2011

Desde La Vereda de Enfrente : Apologia Del Distinto

ublicado originalmente el  23/03/2011 en CinesCinesCines
Apología del distinto ( Acerca de “El discurso del rey” )

Muchas veces se acusa al que intenta hacer un análisis “desde…” de ver fantasmas por todas partes y/o intentar cazas de brujas. Desde el feminismo, desde el marxismo, desde el psicoanálisis,  desde los estudios queer: todos igualmente culpables de ver cosas donde no las están. Obviamente, esto es obviar el punto de que se trata de ejercicios de lectura dónde se plantea una hipótesis y se intenta fundamentarla. Generar debate. Abrir el diálogo. Y tal vez traer a la luz algo que no era inmediatamente evidente.
Esta introducción no tiene por objetivo atajarme por lo que sigue, sino demostrar mi sorpresa cuando, por intermedio de Twitter, Diego Lerer (Twitter: @dlerer) nos planteó una posible lectura queer de “El discurso del rey”.  Vaya… ¿cómo se me escapó esa? ¿Tengo que limpiar mis lentes queer que no me permitieron ver algo tan obvio?

Vayamos por partes: lo que Diego nos plantea es que la tartamudez del amigo Jorge VI funciona como una metáfora de algo que “no sale” y que cuando finalmente sale, es a su manera un coming out (apoya la teoría la ayuda de un “hombre excéntrico” para lograr dicho objetivo). Si hubiera leído esto en AfterElton los acusaría de hilar demasiado fino…

¿Qué es lo que nos lleva (a Diego y a mí por recoger el guante) desde el punto A –el rey tartamudo-  hasta el punto B –la metáfora del coming out-? Se trata de una lectura desde la diferencia, que nos lleva a identificarnos con el diferente, a “hacerlo nuestro”. El ejemplo más clásico es la lectura queer de los X-men, los mutantes como los homosexuales oprimidos, que de tanto repetirse se transformó en la verdad base de varios guiones en los últimos 25 años, ignorando que la apenas disfrazada metáfora de Lee y Kirby era originalmente sobre los judíos. Pero ahí está el punto en común: según sea la lectura, “el grupo minoritario oprimido” pueden ser los gay, los judíos, los afro americanos, los infectados por el HIV o cualquier otro, y luego por alguna extraña transitividad, se los hace una causa común.


Claro, la monarquía británica poco tiene de “grupo minoritario oprimido”, pero de eso se trata el título: la tartamudez es la diferencia. No importa el status social, el dinero, el poder: algo hace de alguien un ser diferente, susceptible de discriminación, repudio. Y poder sobreponerse a este obstáculo, ese triunfo, es el “mensaje positivo de la historia”. Y aquí es donde la historia del rey y Logue se abre completamente de cualquier intento de final feliz por el coming out: salir del ropero se trata de aceptación y publicación, y la película que nos ocupa más bien habla de una cura, como una retorcida fábula de cientología donde repitiendo un mantra la suficiente cantidad de veces se puede superar cualquier cosa, porque finalmente todo es una elección.

Un par de lecturas más interesantes partirían de oponer la elección a la determinación biológica o a la determinación inconsciente. El rey Jorge padre parece creer que la tartamudez de su hijo tiene algo de electivo, y que con un poco de sajona fuerza de voluntad se puede superar. Los médicos que atienden a Bertie cuando todavía era un príncipe de segunda línea parecen entender que las causas son más de índole biológico, pero nada que un poco de ejercicio mandibular no pueda arreglar. Lionel Logue inmediatamente entiende que las determinaciones pueden venir de otro lado menos obvio, pero las empecinadas resistencias de su paciente, su consorte y el resto del entorno monárquico hacen que finalmente opte por un tratamiento más cercano al conductismo de la época o el cognitivismo contemporáneo más que por un poco de “talk therapy” psicoanalítica.


Claro, la película es inglesa y no francesa o argentina, y por tanto este método termina por funcionar. Una lectura escéptica nos dice que el tratamiento superficial ayudó al rey a dar su famoso discurso, pero no curó nada (Jorge VI pasó a la historia como un bonachón, un “buenudo”, astutamente manejado por su arpía esposa y un par de hábiles primeros ministros, no como un gran orador público).

¿Por qué no curó nada? Porque nunca se trataron las causas raíz de esa tartamudéz. En una nota no publicada hacía la comparación entre los protagonistas de “El discurso del rey” y “La red social”, concluyendo que ambos tienen en común pronunciados casos de neurosis obsesiva. No hay que ser psicoanalista para comprender lo que una figura paterna como Jorge V puede hacer sobre sus hijos, agregado al “peso de la corona” y tener que dar cuenta de los títulos de hombría justo cuando las papas más queman.

Un crítico amigo decía cuanto más interesante hubiese sido una película que siguiera la historia del hermano de Bertie, la señora Simpson y su abdicación. Probablemente no nos hubiéramos identificado con Guillermo como “el distinto”, pero hubiésemos llegado a la misma conclusión sobre lo que la historia familiar podría haber hecho sobre su psiquismo.

Concluyendo: interesante como es “El discurso del rey”, justamente no llega a la altura de todos los premios que ha recibido y seguirá recibiendo, por caer en una cierta ingenua linealidad. Poniéndole mucha voluntad podemos hacer lecturas más refinadas, pero tal vez caigamos en aquello que mencionábamos como acusación al principio: de ver cosas donde no las están, ni hubo intención de que las hubiera. ¿Una película sobre la monarquía  como metáfora del coming out? Sería el primero en la fila para verla. Desafortunadamente, esta no es esa película. 

lunes, 21 de febrero de 2011

Desde La Vereda De Enfrente: El extraño caso de los bailarines heterosexuales




Cuando se habla de mala representación o falta de representación de personajes de grupos minoritarios en productos Hollywoodenses, generalmente pensamos en los casos más obvios e insultantes: todos los afroamericanos viven en los suburbios pobres (pero ¡qué bien que bailan!), todos los latinos son traficantes de drogas (pero ¡qué rica comida!), todos los homosexuales son unas mariquitas impresentables (pero ¡qué buenos amigos de las chicas!).
Obviamente este es el nivel más evidente, pero existe otra táctica mucho más presente e igualmente eficaz de no-representación que es la INVISIBILIZACIÓN: básicamente, actuar como que “esa gente” no existe. El ejemplo más extremo y contemporáneo de esta táctica son todas las películas y series de televisión que transcurren en una New York o Chicago sin negros ni latinos (el 99% de la obra de Woody Allen y series como Friends se suelen citar como los ejemplos más claros de esta práctica).
La historia de las películas está llena de muestras, especialmente antes de los años 60, si hasta se llegó a considerar que “Lo que el viento se llevó” era de vanguardia por hacer aparecer a una criada negra.
De a poco esto se fue corrigiendo, primero con la representación de los judíos (los mal pensados dicen que porque básicamente “manejan” Hollywood, pero aun siendo así, tardaron 50 años en ser abiertamente representados), luego MUY lentamente con los afro-americanos, que igual siguen siendo un ghetto, desde la blaxplotation de los 70 a las actuales películas de Tyler Perry, y con el público gay con las películas de nicho, que generalmente van directo a DVD o tienen una circulación limitada (o no, y entonces pretenden invisibilizar a toda la película, como sucedió con Secreto en la Montaña).
Los latinos son los que peor están en general, ya que solo aparecen para ser “exóticos” y “sexies”, y rara vez llegan de otro lado que no sea España (Woody, nuevamente culpable con “Vicky, Cristina, Barcelona” y “Conocerás al hombre de tus sueños”).
Todo esto es para traernos hasta “El cisne negro” y el extraño mundo de la danza donde todos los hombres son heterosexuales y mujeriegos.
Ya sé, ahora se me acusa a mí de estereotipar diciendo “todos los bailarines son gay”, que por supuesto no es completamente cierto… pero casi. Digamos que la “regla del 10%” (el 10% de la población es homosexual, por lo cual el 10% de los personajes de una obra de ficción deberían serlo. Falacia, lo sé, no le disparen al mensajero) en el mundo de la danza se invierte a la “regla del 90%”.
Sin embargo, en “El cisne…” todos los (pocos) hombres que aparecen son no sólo heterosexuales, si no súper calentones con todas la bailarinas: Thomas, el director de la compañía es el ejemplo más evidente, con una reputación conocida por la madre de Nina y abiertamente explícita por parte de la decaída Beth (y antes que digan nada, un coreógrafo o director de ballet en algún momento fue un bailarín del montón antes de llegar a esa posición). Y hay otros ejemplos, tales como Lily masajeándole el bulto a uno de los bailarines entre escenas (admitidamente, esta imagen bien podría ser una de las distorsiones de la realidad de Nina) para “calentarse” mutuamente.
Así que, nada de chicos raritos. Eso sí, cuando hay un encuentro de alto voltaje lésbico, se nos muestra con lujo de detalles… pero siempre es entre chicas que están “confundidas” o son las lesbianas más glamorosas del mundo (en Hollywood las lesbianas no van a la cancha de Boca, si no al mostrador de cosméticos de Macys).
¿Qué estoy exagerando? Seguro. ¿Qué Aranofsky en general ha demostrado ser mucho más evolucionado que el 90% de la industria? Claro que sí. ¿Qué el éxito de taquilla de “El cisne…” fue ayudado porque no es “amenazante” para el hombre medio heterosexual porque “no hay putos”? Seguro que también (y de paso le tiramos un hueso a los muchachos con un poco de chicas tocándose y más).
Volviendo a la “regla del 10%”, no se trata de hacer un reclamo Tennessee Williams (él fue el primero en decir que el 10% de los personajes de las obras
de teatro deberían serlo, y bien o mal, lo cumplió), si no de llamar a la cosas por su nombre: si estamos haciendo una película en el mundo del ballet clásico, ignorar que 9 de cada 10 hombres deberían ser gay es simplemente pasarse de miopes, pero además hacer del hecho de que sean mujeriegos un punto central del argumento, roza con la mala intención. Tampoco se trata de hacer de policía del pensamiento políticamente correcto, pero si cada película sobre boxeadores (y vaya que esas abundan) se la pasan buscando la “credibilidad”, esta película sobre la danza tendría que apuntar a algo parecido: la realidad que se rompe para la protagonista será tanto más real y más rota si es auténtica inicialmente. Y si les quedan dudas, pueden ver Billy Elliot y su versión del cisne para ver cómo hacerlo, y mantenerse creíbles, entretenidos y no ofensivos.